(Bú. Antes de empezar, recomiendo escoger del reproductor el tema Cornfield Chase. Disfruta del viaje). Fdo: M. Lawliet.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Fecha: desconocida.
Lugar: desconocido.
Esto está escrito para las
personas que quieran saber algo más de mí. Para los que, por alguna razón,
busquen sobre el Príncipe del que hablan los cuentos de los niños, las
historias de los jóvenes y los libros de los viejos sabios. Si esas personas
quieren entender ciertas cosas que he hecho, ciertas decisiones que he tomado
y, al final, parte de mi forma de ser, deberían buscar aquí. Pero no en las
páginas de este diario, sino en el cielo que se abre ante sus páginas abiertas.
Sí. Ahí es donde hay que buscar. En lo más profundo del cielo, en el lugar
cuando asciendes más y más kilómetros de altura hasta que el azul celeste del
día se va difuminando y oscureciendo, poco a poco, hasta que sólo queda el
negro más profundo. Negro. Negro como la boca de un pozo en la noche, como una
piedra de carbón. Más. Lo que llaman “espacio exterior”.
Lo que más recuerdo es el vértigo.
Siempre un vértigo demencial. Es el vértigo más grande que existe en el
universo. Dejadme explicar: cuando miras hacia abajo en un lugar alto puedes
sentir vértigo, pero puedes ver el fondo, el final de la caída. O si es tan
alto que no se ve, al menos sabes que habrá un final. Cuando estás en el espacio,
eso no existe. Miras hacia abajo y lo único que ves es una caída infinita, la
más grande de todas, literalmente. Estás flotando sobre ese vacío, esa caída de
millones de millones de años luz. No es que no veas el final. No. Aquí sí que
puedes ver: lo que ves es que no hay final. Pero no hay gravedad, así que “abajo”
no existe realmente. Y cuando miras hacia un lado y ves el vacío, también eso
es “abajo”. Y cuando miras hacia arriba, eso también es abajo, y podrías pensar
que en realidad estás del revés. Pero la realidad es que no estás en ninguna posición,
porque todo es abajo. Pero existe algo que da aún más vértigo que el vacío: lo
que no es vacío. Os aseguro que jamás sabréis lo pequeños que sois hasta que
tengáis delante un planeta entero. Habréis estado ante cosas grandes y os
habréis sentido pequeños. Pero ahora imaginaos flotando en la nada y ante
vosotros una esfera inmensa, de colores casi irreales. Un titán que descansa
ante ti, firme, indiferente a tu respiración. Estaba antes que tú, y estará
después de ti, y no le importa que estés mirando. Cuando ves decenas de
millones de kilómetros de planeta ante ti, suspendidos en el espacio, algo
cambia en tu mente. Cuando sabes que en el punto que tienes fija la vista cabe
todo lo que conoces, algo se enciende en tu mente y algo se apaga a la vez. Eso
es algo que nunca sabréis si no viajáis a las estrellas.
Lo que más recuerdo después es el silencio. Dudo
que haya nada que transmita más sensación de soledad que el silencio. No hablo
de cualquier silencio: hablo de un silencio absoluto y denso, tan duro que no
puede romperse y tan profundo que no le importa que trates de hacerlo. Es un
silencio vacío, que te arrebata todo. Es un silencio observador y sabio. Es un
silencio que parece pedirte que lo respetes. Es el silencio que lleva reinando
en el universo desde su existencia.
Ah, pero también hay color. Hay
magia. El universo es ridículamente enorme, y bello, y terrible y mágico. Es maravilloso
y aterrador. Es oscuro y está lleno de luz.
He encontrado galaxias tan
luminosas que no existe manera de contároslas. Estrellas tan brillantes que
nadie las ha mirado nunca directamente. Nebulosas iridiscentes con tantos
colores que nadie sería capaz nunca de pintarlas. He visto delante de mí, que
también es abajo y es arriba, cuerpos celestes tan enormes y tan bellos que no
podía parar de llorar de miedo y de emoción.
Uno no es la misma persona cuando
ha visto todo eso. Ya no. Y si queréis saber quién es el Príncipe Alquimista
deberíais empezar por ahí: por las estrellas. Cuando soñéis con esos colores y
sintáis claustrofobia al despertaros en una habitación y tengáis que correr a
abrir las ventanas y mirar el cielo, lo entenderéis un poco más. Podríais
pensar que eso me ha hecho sentir más pequeño, o que el mundo ahora se me queda
chico. En parte supongo que sí. Siempre creí que lo que me rodeaba era tan
importante, que mi planeta era tan infinito, tan enorme…
Qué niño era. Qué equivocado. Qué
terriblemente sabio.