jueves, 13 de febrero de 2014

Los que no tenían nada que temer.

 Diario del Príncipe Alquimista. Ciclo 4061 de la decimotercera gran era. Andrómeda.


       He viajado a todo lo largo y ancho de este mundo y de muchísimos más, puedo asegurarlo. He visitado estrellas y galaxias, he conocido multitud de cosas que muy pocos locos y sabios creerían posibles. Y sobre todo, me he cruzado con muchas personas. Y cuando has visitado tantos sitios como yo, descubres lo difícil que es encontrar verdaderas personas.
       Me paso la vida corriendo. Huyendo. Huyendo de mi mismo en una batalla interminable. Y después de tanto recorrer bastos lugares escapando de ese algo que aún no termino de comprender y a lo que no le he dado nombre, después de infinitas horas corriendo y corriendo sin cesar, he descubierto algo: la virtud de los que son verdaderamente únicos. La virtud de los auténticos.
       No es algo que pueda decir nadie a la ligera.
       Todos conocemos gente. Nos cruzamos con gente a diario, hablamos con gente, incluso a veces tratamos de ser gente y ser invisibles por un rato. Algunos de ellos nos miran, nos cuentan cosas, les escuchamos. Y a veces hacemos igual con ellos. Por qué no. Pero es más difícil encontrar personas, al menos el tipo de persona de la que hablo.
       Una persona que se siente asustada, y esto he tardado en comprenderlo, no es nunca como querría o como quiere ser. Una persona que –a veces inconscientemente- se oculta y baja la cabeza nunca es del todo persona. ¿Por qué? Es muy fácil: porque las personas son todas y cada una de ellas absolutamente distintas entre sí. Todas. No hay dos personas iguales, si bien algunas se parecen. Pero nunca iguales.
       Así que, si todos somos distintos, ¿por qué hay quienes son simplemente gente? ¿Qué les hace formar parte de un conjunto gris? La respuesta es muy sencilla, y la llevaba buscando muchísimo tiempo por obvia que parezca.
       Todos nos escondemos hasta que nos cansamos, unos antes que otros. Es sólo cuestión de tiempo. Pero hay quien se esconde tanto que vive hecho a ello. Me sorprende la terrible cantidad de personas que conozco y que no creen de verdad que existe una sola cosa en el mundo en lo que son únicos. Miedo, siempre miedo a algo. Todos tenemos miedo, si no lo tuviéramos seríamos estúpidos. Tú tienes miedo. Yo lo tengo. Cada uno a una cosa. Y por eso huyo. “Que tu mayor miedo sea el propio miedo, eso es algo muy sabio”, leí una vez.
       Y después de tantísimo tiempo preguntándome cuál es la virtud que hace a alguien distinto al resto, que le da color y lo aparta de lo gris, un día me encontré con la respuesta. Quizás quien me lea ya lo haya hecho.
Ese tipo de personas, capaces de conquistar el mundo, tienen esa habilidad. O aprenden a tenerla una vez les llega el momento. No significa no tener miedo, como yo creía.
 Significa aprender a saber qué debemos temer.
El día que me dije a mí mismo que nada es tan importante, todo pareció ir mejor. Y cuando te das cuenta de que los valientes tienen miedo, todo es más bonito. Y cuando es el mismo miedo el mayor de tus propios miedos, entonces es más fácil la pelea. Porque si lo superas has superado todo lo demás.
Como he dicho, yo llevo corriendo toda la vida. Y pienso seguirlo haciendo. Por estrellas y mundos lejanos, por todas las galaxias. He tenido miedo, y eso no me ha detenido. Me ha hecho correr más y más rápido.
Así que cuando te canses de correr y te pares, pregúntate: ¿Por qué te detienes?
       
       O incluso:
¿Por qué corres?


E. P. A.

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