Diario del
Príncipe Alquimista. Ciclo 4061 de la decimotercera gran era. Andrómeda.
He viajado a todo lo largo y ancho de este
mundo y de muchísimos más, puedo asegurarlo. He visitado estrellas y galaxias,
he conocido multitud de cosas que muy pocos locos y sabios creerían posibles. Y
sobre todo, me he cruzado con muchas personas. Y cuando has visitado tantos
sitios como yo, descubres lo difícil que es encontrar verdaderas personas.
Me paso la vida corriendo. Huyendo. Huyendo
de mi mismo en una batalla interminable. Y después de tanto recorrer bastos
lugares escapando de ese algo que aún no termino de comprender y a lo que no le
he dado nombre, después de infinitas horas corriendo y corriendo sin cesar, he
descubierto algo: la virtud de los que son verdaderamente únicos. La virtud de
los auténticos.
No es
algo que pueda decir nadie a la ligera.
Todos conocemos gente. Nos cruzamos con gente
a diario, hablamos con gente, incluso a veces tratamos de ser gente y ser
invisibles por un rato. Algunos de ellos nos miran, nos cuentan cosas, les
escuchamos. Y a veces hacemos igual con ellos. Por qué no. Pero es más difícil
encontrar personas, al menos el tipo de persona de la que hablo.
Una persona que se siente asustada, y esto he
tardado en comprenderlo, no es nunca como querría o como quiere ser. Una
persona que –a veces inconscientemente- se oculta y baja la cabeza nunca es del
todo persona. ¿Por qué? Es muy fácil: porque las personas son todas y cada una de ellas absolutamente
distintas entre sí. Todas. No hay dos personas iguales, si bien algunas se
parecen. Pero nunca iguales.
Así que, si todos somos distintos, ¿por qué
hay quienes son simplemente gente?
¿Qué les hace formar parte de un conjunto gris? La respuesta es muy sencilla, y la llevaba
buscando muchísimo tiempo por obvia que parezca.
Todos nos escondemos hasta que nos cansamos,
unos antes que otros. Es sólo cuestión de tiempo. Pero hay quien se esconde
tanto que vive hecho a ello. Me sorprende la terrible cantidad de personas que
conozco y que no creen de verdad que existe una sola cosa en el mundo en lo que
son únicos. Miedo, siempre miedo a algo. Todos tenemos miedo, si no lo tuviéramos
seríamos estúpidos. Tú tienes miedo. Yo lo tengo. Cada uno a una cosa. Y por
eso huyo. “Que tu mayor miedo sea el propio miedo, eso es algo muy sabio”, leí
una vez.
Y después de tantísimo tiempo preguntándome
cuál es la virtud que hace a alguien distinto al resto, que le da color y lo
aparta de lo gris, un día me encontré con la respuesta. Quizás quien me lea ya
lo haya hecho.
Ese tipo de personas, capaces de conquistar el
mundo, tienen esa habilidad. O aprenden a tenerla una vez les llega el momento.
No significa no tener miedo, como yo creía.
Significa aprender a saber qué debemos temer.
El día que me dije a mí mismo que nada es tan
importante, todo pareció ir mejor. Y cuando te das cuenta de que los valientes
tienen miedo, todo es más bonito. Y cuando es el mismo miedo el mayor de tus
propios miedos, entonces es más fácil la pelea. Porque si lo superas has
superado todo lo demás.
Como he dicho, yo llevo corriendo toda la
vida. Y pienso seguirlo haciendo. Por estrellas y mundos lejanos, por todas las
galaxias. He tenido miedo, y eso no me ha detenido. Me ha hecho correr más y
más rápido.
Así que cuando te canses de correr y te pares, pregúntate: ¿Por qué te detienes?
O incluso:
¿Por qué corres?
E. P. A.
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