El Universo nació de
noche, ya que todavía no había soles ni estrellas.
Al principio todo era
oscuro, cubierto de tinieblas. Pero no era una oscuridad malvada y desoladora,
como se empeñan en narrarla: Era una noche tranquila y eterna, un lugar que no
existe. Un pedazo de realidad, apartada y vacía. Todo estaba vacío, bloqueado
en el fondo de la existencia, todo en penumbra y sin un atisbo de brisa, ni de
vida, ni de nada.
Todo empezó con esta
Nada. Este pedazo de inexistencia, este páramo olvidado y eterno fue apodado
por los antiguos como La Noche de los Tiempos. Y así, una vez la realidad se
hubo estabilizado y el Tiempo hubo empezado a correr, sucedió la primera cosa;
el primer suceso, el primer milagro:
En una caverna bien
profunda, en las entrañas de la Noche, en una cicatriz muy profunda de la
tierra, se creó una luz. Algo tan mínimo, insignificante y nimio como una luz,
que sin embargo y a pesar de su simpleza, fue el principio de todo. Se dice que
la verdadera historia comienza con esa primera luz, ya que fue el primer
acontecimiento posterior a la creación del Tiempo.
Esta luz era de magia y pura alma, por lo que
cobró conciencia al instante. Esa luz fue la primera forma de vida y magia, el
Milagro Original. La luz avanzó por las profundidades sombrías y cavernosas de
aquella gran cicatriz, iluminando esas paredes por vez primera, produciendo
sombras y despertando retazos de magia a su paso: La Noche comenzaba a
despertarse gracias a esa luz, sintiendo el cálido abrazo de su magia.
Poco a poco, mientras
la luz avanzaba errante e incansablemente, otras almas que habían despertado se
le fueron uniendo. Esas almas tomaron forma de luz como había hecho la otra, y
poco a poco fueron cada vez más. Avanzaron sin parar, en dirección a la
superficie, a cielo abierto, en dirección al cielo sin astros de la Noche de
los Tiempos. Las luces se unían en un mismo camino, en una misma dirección,
brillando con más fuerza cada vez que una más se iba uniendo. Al final, fueron
tantas luces que no había como contarlas, pues todas parecían una sola. Unidas,
subiendo a la superficie a través de las cicatrices de la tierra.
Cuando llegaron a la
superficie, ese momento quedó en todas y cada una de las Almas Originales. No
solo ese grupo de luces había viajado, sino que muchísimos miles de luces más
habían buscado la superficie por otros caminos. Todas llegaron a la vez, y
entonces iluminaron por primera vez ese suelo. Las luces se alzaron poderosas,
salieron de la tierra y brillaron todas juntas. De cada cueva, cada boquete,
cada caverna y cada sombra, salieron miles y miles de luces, todas en la misma
dirección: Hacia arriba. Todas las luces comenzaron a alzarse hacia el cielo,
subiendo cada vez más y más y más alto…
Entonces, todas las
luces ocuparon el universo. Así fue como nacieron las estrellas. Las estrellas
y los soles habían salido de la tierra y habían ocupado el firmamento, y
brillaron con fuerza y majestuosidad. Formaron galaxias, constelaciones y
cúmulos infinitos.
Así fue cómo comenzó un
nuevo periodo de tiempo, ya terminada la Noche de los Tiempos. A esa época se
la llamó el Alzamiento de las Sombras, ya que se dice que cuando las luces
subieron, hicieron que las montañas y las formaciones produjeran grandes
sombras, que se alargaban contra más subían las luces hacia el firmamento.
Así, una vez las
estrellas y los soles hubieron ocupado el universo, la gigantesca tierra madre
se dividió por causas insospechadas. Éste fue el principio de la era llamada
como el Alzamiento de las Sombras: El gran pedazo de mundo en cuyas cavernas
habían nacido las estrellas, explosionó desde su núcleo, e inmensos y
gigantescos pedazos de esta primera Tierra Madre se esparcieron por todos los
rincones del Universo. Estos trozos fueron moldeados con el paso de los
tiempos, y acabaron convirtiéndose en lo que llamamos planetas.
Se dice que entonces, en algunos planetas, algunas de
las Primeras Luces bajaron y crearon la vida. A esa gran explosión la llamamos
hoy en día con el nombre de Big Bang
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