lunes, 14 de mayo de 2012

Imaginando, ilusionando.

No hacerse falsas ilusiones es, sin lugar a dudas, la mayor estupidez que comete el cerebro sobre el alma. Vivimos de ilusiones, sin hacer distinciones entre verdaderas y falsas.

Una ilusión es algo tan maravilloso como sentir que un sueño puede ser logrado en cualquier momento. Cuando tenemos un sueño muy importante, éste es capaz de hacernos mecernos en los laureles de lo imposible; pero cuando ese sueño puede ser realizado, entonces es una ilusión la que nos calienta el pecho y nos susurra cosas fantásticas a los oídos. Es sentir una estrella en el corazón, es sentir una canción compuesta con el alma, es sentir que eres capaz de hacer que tu país sea donde te lleven las corrientes del viento.
Existe por otra parte una especie peligrosa, esclavos de la realidad y prisioneros del infortunio; personas que se cansaron de tirar ilusiones y que no supieron entender que la moneda tenía dos caras. Personas que ven las esperanzas como "algo irrealista". Los sueños no tienen nada de realista para esas personas, ya que no son capaces de hacerlos realidad, así que quizás sí que tengan razón. Pero esto es algo sólo aplicable a los que no son como tú y como yo y que no son capaces de creer. Porque ser realista no tiene por qué ir de la mano con ser pesimista, también el realismo es el que hace que las flores de la esperanza florezcan. ¿Cuántos no se han pasado los ratos pensando "y si al final lo fastidio"? Ahí es cuando el realismo se vuelve útil y nos despeja la mente, pero siempre cuidando que ese realismo no se vuelva en nuestra contra y nos haga apagar la llama del querer.


Porque si querer es algo malo, culpable soy. Y si amar es vivir, por mil años podré escribir sobre ello.  Y si algo hago bien en esta vida, es comprender que cuando tiras una moneda, ésta tiene una cara, una cruz y un canto. Una tercera cara, que sale sólo algunas veces y que nos trae cosas desconocidas y fantásticas.


Os quiero: El Príncipe Alquimista

miércoles, 9 de mayo de 2012

Relato corto: Los sueños de Alice.


Alice seguía totalmente quieta, incapaz de moverse. A sus pies había un barranco descomunal, un cañón inconmensurable. Ella estaba justo al borde, atada de manos y pies a un poste en el que tenía apoyada la espalda. ¿Qué hacer ahora? No sabía cómo había llegado hasta ahí, lo único que sabía era que había despertado atada al borde del precipicio.
 Justo cuando se estaban desprendiendo un par de trocitos de la gran pared, cerró los ojos casi sin quererlo y cayó presa de un sueño inmediato, casi artificial. Cuando los abrió, ya no había oscuro barranco a sus pies. Estaba tumbada en el suelo, sobre un césped húmedo que la estaba calando hasta los huesos. Se levantó, observó que llevaba un extraño vestido negro que no había visto nunca; a continuación se examinó las muñecas en busca de las marcas de las ataduras, que parecían haber desaparecido. Entonces, alzó la vista, y todo lo que vio fueron lápidas de piedra, flores sobre algunas de ellas y un par de sauces dando sombra. Alice tampoco conseguía reconocer este lugar. Vio que había una lápida que estaba delante de un hoyo recién cavado y sin tapar, y decidió acercarse a echar un vistazo. Al fondo del agujero había un ataud sin tapa en el que descansaba su hermana, vestida de blanco y con las manos cruzadas sobre el pecho. Era imposible, creía haberla visto recientemente... Aunque claro, eso fue antes de despertar a los pies de un acantilado.
 Entonces, se percató de que tenía fuertemente agarrado en una mano un papel blanco. Desdobló el arrugado papel y pudo leer: "Hola, Alice. Uno de los lugares en los que has aparecido es real, el otro es un sueño. Un producto de tu mente. Elige el correcto y despertarás. Si eliges el sueño dormirás en él por siempre."
 Alice lo tenía claro: A pesar de que no tenía la más remota idea de la respuesta, élla no quería creer que un mundo en el que su pequeña hermanita estuviera muerta fuese real. Alice cerró los ojos y susurró: -No quiero esto. Elijo el otro".

Alice abrió los ojos, estaba  en el precipicio, atada de pies y manos contra el poste. ¿Había acertado? ¿Estaba despierta? ¿Estaba su hermana a salvo? El suelo comenzó a resquebrajarse a sus pies. Alice sintió que caía hacia la oscuridad de la sima, unida aún al poste. Y caía, más y más profundo...

Abrió los ojos. Estaba en su cuarto, acostada en su cama. Fue cuando comprendió: Ambos lugares eran sueños. No había cementerio, no había barranco. Estaba en casa.
- ¡Alice, despierta!- le gritó su hermana desde la puerta de su habitación.
Todo había sido un mal sueño, pero había sido tan real... tan real había sido, que aún tenía sujeto en su mano el papel.