viernes, 11 de octubre de 2013

La chica que soñaba con la lluvia.

"Ha caído una gota sobre mi mano. Va a llover, y parece que muy fuerte. Ojalá sea así. 
Mi abuelo decía que cuando llueve es porque están llorando los ángeles del cielo. Sin embargo, nunca llegó a decirme por qué lloran los ángeles. Yo siempre creí que en el cielo lo tenían todo, que nada falta allí y siempre se es feliz... que allí van los buenos. Entonces, ¿por qué lloran? ¿Qué es tan malo para hacer llorar a alguien que está en el cielo? A lo mejor se han cansado de saberlo todo, de tenerlo todo. Mi abuelo está allí, espero que no llore. Entonces, no sería el cielo. Como me entere de que mi abuelo llora, iré al cielo y me enfadaré con ellos, se iban a enterar...
 Me gusta cuando llueve. Todo está tranquilo, es más triste y más bonito. Parece verdad que el cielo se derrama, y que el mundo entero llora contigo. Puede parecer triste pero de alguna forma me reconforta. A lo mejor los ángeles lloran porque nos ven tristes. O a lo mejor no. A lo mejor no lloran, sino que dejan caer la lluvia para consolarnos. Quién sabe. Buenas noches."

Ella soltó el viejo diario sobre la mesa dejando escapar algo a medio camino entre una risa y un suspiro. Su amigo lo cogió con una mano y rio con ternura mientras sus ojos se movían en horizontal sobre aquellas líneas escritas con letra infantil haría ya años.
 -Curioso, cuanto menos -dijo él - ¡Qué imaginación!
 -Vamos, tenía ocho años -replicó ella con una sonrisa -No pidas más, era una niña.
 -Una niña muy especial a mi parecer.
El joven pasó las páginas mientras se paraba en los pasajes de un diario que había recogido parte de la infancia de su amiga, deleitándose y sin poder contener una sonrisa tras otra.

Pero ella en el fondo sabía que no tantas cosas habían cambiado desde entonces, si bien era cierto que ahora sabía de dónde venía realmente la lluvia. Su amigo tampoco era tonto, y la conocía mejor que nadie como para no darse cuenta de que ella, en realidad, seguía conservando mucho de aquella niña.
Que aún le sobrecogía una gota fría que caía sobre el dorso de su mano desde las nubes, que aún caminaba bajo la lluvia sintiendo que el mundo lloraba con ella, que aquella vieja canción de gotas sobre los cristales seguía haciéndola sentir menos sola. Que cada paso que daba y cada latido de su corazón podían coincidir con un trueno que sonaba en alguna parte del mundo en aquel momento. Y aquello la hacía feliz.

Que ciertas cosas, sencillamente, no habían cambiado para la chica que soñaba con la lluvia.