- --- Me pregunto quién fue aquel que dijo que el amor
era hermoso… –comentó ella, irónica, al lado de su amigo.
- --- Alguien que quiso y fue correspondido. –respondió
él, con sencillez.
Ambos, como tantas tardes, se apoyaban en la barandilla del
puente, desde donde podían ver el mar acompañados del atardecer reflejado en el
mar. Sobre todo, un lugar que para ambos
significaba sus más íntimos momentos de soledad y palabras compartidas. Unas
veces hablaban sobre algo, lo que sea, sin demasiado interés. Otras simplemente
dejaban escapar sus pensamientos sin pararse a pensarlos antes de
pronunciarlos. U otras veces guardaban silencio y observaban en silencio cómo
las luces del atardecer pintaban en las nubes y jugaban con la efervescente
atmósfera del crepúsculo.
- ---Al final lo de que te guste a alguien acaba
doliendo, o seré yo que no encuentro a nadie para mí. –dijo ella, tratando de
sonar convencida o indiferente.
- ---Es como decir que al final de la vida nos
morimos. –replicó él. -Por supuesto que cuando algo se termina duele. Como en
casi todo. El amor es como la vida, se disfruta como lo mejor que nos ocurre,
nos llena de ilusiones y al final se termina y duele. Pero que el final duela
no quita los buenos ratos que hubo.
- ---No digas tonterías. –se rió ella. –Si alguien
con quien compartías algo rompe ese vínculo tan único que os unía… te acaba
faltando algo, por muy bien que te lo hayas pasado. –dijo en voz más baja. –Al final
es cierto, te lo has pasado como nunca, pero es algo que ya no existe y no
volverá.
- ---¿Y por qué no celebrar que ocurrió? ¿Que ese
vinculo existió una vez?
- ---Antes de ser capaz de celebrar eso, te aseguro
que te tiras muchísimo tiempo sufriendo… ay tonto, como se te nota que nunca
has estado con nadie. Tienes ese positivismo bien grabado a fuego –dijo acompañándolo
con una risa, esta vez sincera, y revolviéndole el pelo a su amigo.
Ambos guardaron silencio unos instantes más. Ella se giró
hacia él y se relajó mirándole, intentando desentrañar algo en su rostro. Él le
devolvió la mirada, y ella notó cómo una chispa saltaba en aquella mirada, y
entonces ella vio a través de los ojos de él. Se abrió su mente, como un libro
abierto, y ella pudo leer en él algo que no habría creído de otra forma. De alguna
manera, vio pequeños recuerdos que se paraban en aquel momento por .la mente de
él, como una película llena de trozos y retazos mezclados. Se sucedían como
escenas breves, instantáneas, superpuestas, de apenas un segundo.
El chasquido de un
beso. El roce de una mano trepándole por el brazo. Dos latidos sordos y
profundos. Un jadeo arrancado sobre su pecho. Un suspiro al trasluz de una
sábana. Una risa suave, a dos voces. Un ronroneo que le acaricia el cuello.
Diez mil vellos erizándose, como arañas
bocarriba. La caricia del papel al pasar una página más. Dos copas brindando.
Sal y limón sobre la piel. Más risas, sinceras y naturales. Una canción con un
significado. Una luz que se apaga. Y un abrazo en la oscuridad, un “nunca te
soltaré”… Las siguientes imágenes son de dolor, dolor profundo y desgarrador.
Ella las conoce, las ha vivido igual que él, e igual que cualquiera que ha
visto el fin, siempre doloroso, de algo que una vez hubo entre dos personas
enamoradas.
Sale del trance, abandona la mente de su amigo. Éste desvía
la mirada y sonríe al atardecer. Ella se ve confusa, no deja de mirar la sonrisa
que tiene enfrente.
- --- Lo siento. –susurra ella.
- ---Yo no. –dice él sonriendo. –No me arrepiento de
nada de lo que hice. Aunque ya se haya terminado, celebro que existió. Y esa,
es la clave.