Ella se aclaró la garganta, hizo de tripas corazón y se aferró a las únicas palabras que la mantenían viva:
“Me habrás visto temblar muchas veces, o por lo menos yo me
he visto temblando en muchas. He sido una cobarde, una absoluta cobarde. He
huido de todo y todos, he dudado, he caído, me han traicionado y he dejado a
mucha gente atrás sólo por mí, por mi miedo o mis dudas. He sentido la presión
en el bajo vientre, un nudo de plomo en la garganta, el sudor frío en las
manos. He llorado donde nadie podía verme hacerlo. He gritado y he
sido explosión y tormenta en mis momentos de mayor debilidad. He visto a
personas caer y me he visto caer sin poder hacer nada por mí o por ellos. He
fallado, muchas veces. Así que sí es probable que me hayas visto temblar.
Pero jamás, jamás, me verás temblar delante de un micrófono en el
escenario.
Porque por mucho
que pueda tener miedo, allí no lo tendré nunca. Porque por muy cobarde que sea,
allí soy infinita. Porque por muchos fallos que haya tenido, la música siempre
perdona. Porque por mucho que me fallen, ella nunca lo hace. Y es por eso que,
por muchos nudos en la garganta y veces que haya sentido pánico, jamás dudaré
mientras tenga un micrófono en las manos y sólo una maldita persona que quiera ver lo
que sé hacer. Porque cuando soy música, soy arte. Y el arte no duda, no siente
miedo. Al arte no puedes tocarlo, no puedes romperlo, no puedes herirlo como a mí.
Por eso, mientras sea yo arte, mientras sea música, jamás podrás hacerme temblar,
ni herirme, ni verme dudar. Mientras tenga mi micrófono en las manos y mis
cuerdas vocales y mis nervios y sentidos vibren sobre la tarima, soy intocable.