viernes, 6 de junio de 2014

De vacíos y cosas que están por doler.

Una vez leí que vivimos de vacíos. De cosas que terminan en el momento de surgir, que explotan y acaban y dejan silencio. Un silencio de los que hacen eco, uno ruidoso que retumba en los tímpanos y parece decir algo que nadie más puede oír. Un silencio que dice "ya está", y así es. Un silencio, un vacío, una razón.

Cada vacío es único. El final de un aplauso; el último invitado que se va y te deja solo; el final de la última canción; una despedida. Vacíos de punto y aparte. Pero todos ellos tienen algo en común. Hay veces, sólo las más especiales, en que un aluvión arde en nuestro interior y vuela hasta nadar en lo más alto del cielo; hay momentos únicos en los que se puede ser infinito. Y es como una gran explosión, como una llama, como cohetes subiendo. Cuando más alto ha subido, cuando es magnífico, cuando cierras los párpados sin cerrar los ojos y por fin lo ves... desaparece súbitamente, y nunca vuelve. Y queda un vacío, un vacío con un olor especial y un silencio elocuente. Y es ese vacío el que, muchas veces, nos mantiene vivos.

Hay momentos en los que nos quedaríamos a vivir. Como un cuadro, como una fotografía. Cuando llega el momento álgido, cuando nada puede ser mejor, desearíamos congelarlo. De repente es como si todo fuese más despacio y pudieses verlo desde fuera, como si alguna parte de ti mismo pudiese ver una foto pintada con el presente y observada desde el futuro al mismo tiempo que se pinta. Ese momento, esa décima de segundo, es todo lo que importa. Lo único que importa. Porque ahí explota todo y nada es más real que eso, que el recuerdo efímero que se recuerda y se vive al mismo tiempo.

Y luego, sin avisar, y como predecíamos... termina. Se acaba. Silencio. Y queda un vacío enorme. Un vacío que habla por sí solo, un vacío de "valió la pena". La explosión concluye y el momento se convierte en recuerdo. Ese vacío dice muchísimas cosas, casi todas son buenas por mucho que escuezan. Y escuecen porque son eso, recuerdos. Porque ya no ves ese cuadro desde dentro.

Vivimos de esos vacíos. De lo que queda cuando todo ha terminado. Porque ahí puedes mirarte a ti mismo desde fuera y verte, quizás por primera vez.

Y sin ese vacío, sin ese momento rompiéndose ante nuestros ojos, nada valdría la pena.