Sufre desde detrás del espejo. No dice nada, guarda todo
dentro de su puño apretado. Si le pregunta, responderá que está bien, esa vaga
y débil mentira que no puede esconder el rojo de sus ojos, fruto de lágrimas
pesadas como balas en sus mejillas.
Se traga todas las bombas para evitar que éstas la dañen,
bombas que explotan cuando nadie mira y aniquilan cada mariposa en su estómago,
cada sonrisa y recuerdo dulce. El dolor cae en forma de bomba hasta el vientre
y se lleva cada aleteo de mariposa y cada momento cálido. Se traga las
explosiones, por los dos. Para que solo uno sufra. Porque la felicidad de la
otra persona es lo único y lo más importante.
Suelta su rabia en forma de colores sobre las palabras, de
olores sobre su música, sonidos en su lienzo. Mira la habitación detenidamente.
En esa esquina hay un grito, en esa mesa una caricia, en esa otra esquina un
beso. Y en la comisura de sus labios, palabras y besos que no llegaron a tener
un momento en la historia de ambos.
Ahora todo está bien. Mejor que nunca. Hasta que la luz se
apaga, nadie mira, se queda solo, y sus hombros se agitan a cada sollozo
arrancado.