domingo, 29 de septiembre de 2013

El Telón se abre otra vez

Creo que, en el fondo, lo que necesitaba era echar a arder y explotar en mil pedazos. Creo que cuando explotase y me convirtiese en un espejo desperdigado por la superficie de la galaxia, sería entonces cuando podría ver mi esencia completa. Creo que un reflejo no lo da un espejo en la pared, sino los trozos de cristal que quedan al machacarlo. ¿Cruel, verdad? No tanto, si lo piensas de esta forma: ¿Necesitas un espejo completo para verte reflejado? ¿No, verdad? En un sólo trozo algunos cabemos de sobra, si sabemos desde dónde mirar y cómo. Siempre lo supe, que estamos hechos de mil pedazos rotos. Siempre he creído que deberíamos estar hechos de pequeñísimos pedazos recogidos a lo largo de nuestra existencia, pequeños trozos que unimos a nuestra propia esencia y que son tan nuestros como el conjunto. Por eso mismo deberíamos ser capaces de reconocernos en una sola esquirla, una esquina rota, un trozo diminuto que al final también puede devolvernos parte de un reflejo que es solo nuestro. 

Creo que, en el fondo, necesitaba volver a ser tormenta. Sentir el grito del cielo rompiéndose sobre mi cabeza, los truenos arrancándome la piel a cañonazos y los rayos iluminando el bellísimo caos de la noche. Las nubes negras acechando con oscuras garras ansiosas de explosión y huracán, ansiosas de traer la vida con su muerte. 

Creo que, en el fondo, necesitaba que esos mil pedazos volasen por los aires tras demasiado tiempo unidos. Que el viento se los lleve, que la tormenta cruja y que cada vez que se oiga un rayo se esparza uno de mis pedazos por el cosmos. Y que las galaxias se llenen de mí, que el cielo sea mi reino y vuestros corazones sean mi hogar una vez más. Que cada vez que oigas un trueno sepas que sonrío.
Que la Tormenta nunca termina de parar, que oirás mi palabra como un susurro huracanado.

(Que he vuelto, como cada Otoño, y que traigo sus respectivas lluvias y sus muchas horas sin sol, pero con muchas letras conmigo)