domingo, 29 de abril de 2012

Gotas como perlas.

Llueve. Para algunos, esta expresión significa muchas cosas.

Aceras de ladrillo mojadas, charcos en los bordes de las calles, focos de coches que se reflejan en el suelo empapado, la gente desaparece en las calles. Por una vez, todos nos callamos al mismo tiempo y disfrutamos del leve tambor de la lluvia. Casi parece que puedas escuchar una leve melodía de Blues, muy bajita, casi inaudible...

La lluvia hace salir todo tipo de sentimientos, es cuestión de las personas: Unos se acurrucan en sus mantas, junto a aquellos que más quiere, buscando calor, cobijo y compañía para luego sumergirse en ese letargo que sólo las gotas en el cristal interrumpen... Otros se sientan junto a la ventana mientras meditan en cosas que siempre acaban en el mismo punto, dejando que las nubes y los truenos les ayuden a pensar mejor.
Otros, simplemente nos sentamos en cualquier esquina desde la que se oiga llover, escondidos, lejos de todo, y allí escribimos nuestras historias...

Todo tiene su música, todo cobra una vida invisible y celestial, una felicidad privada e irresistiblemente deliciosa, nos sentimos maravillosamente bien junto a la melancolía de la lluvia, junto a su lejana compañía, apreciando la maravilla de su calma y su silencio, su abrazo distante, su forma de embellecer la soledad. Entonces me paro a observar un pequeño detalle: una rosa, abierta, de un color rojo brillante, coronada por mil perlas de cristal que la lluvia ha puesto delicadamente sobre sus pétalos.

¿Hay algo más bello que alguien con el pelo mojado? No conozco ninguna visión capaz de superar al de esa persona con el pelo mojado, perlado de gotas, pegado a un rostro empapado, las ropas pegadas al cuerpo... Si existe algo más bello, no es de este mundo.

Qué no daría yo por verla empapada, con la cara y el pelo llenos de gotas, poder ir hacia ella y besarla bajo mi paraguas