jueves, 28 de marzo de 2013

Mariposas y Espejos Rotos.

Cae la tarde, dos figuras caminan sin hacer ruido por un sendero perdido, entre montañas más altas que las nubes. Ambos llevaban su trayecto en silencio, cubiertos por sus humildes hábitos de monje de las miradas furtivas de los dioses, ocultos de todo y todos. Uno de ellos, el más jóven, se detiene cuando una hermosísima mariposa llena de vivos colores se cruza con él; éste le extiende la palma de la mano y ella la acepta posándose en ella y plegando las alas. El monje sonríe afablemente bajo su capucha, embargado por la belleza del momento. Su compañero se para y la observa él también, con gesto serio y observador. La dulce expresión del otro monje se tuerce en espanto cuando la mariposa comienza a perder sus colores como si se le fuera la vida, para caer después al árido suelo, muerta.
- Me sorprende que aún muestres esa expresión. -le espeta el monje más mayor.
- ¿Debería acaso mostrarme insensible al dolor como haces tú? Es una humana la que está muriendo, su alma agoniza junto con la mariposa. -responde, pálido y estremecido.
- Así funciona todo. -afirma su compañero, con la vista lejos -¿Recuerdas la belleza con la que nacen las mariposas? Los mortales humanos vienen igual que se van, lo acabas de ver. -dijo señalando con la mirada la delicada criatura, inerte y descolorida  en el suelo.- Pero quizás podamos hacer algo con esta. Ven, veamos a quien pertenece esa mariposa.

Ambos caminan bajo sus hábitos hasta el borde de la montaña y miran hacia el abismo. A través del abismo, de las nubes y el viento, encuentran a la persona que agoniza en su misma casa. La ven sufriendo:
Con un grito de furia, ella lanza más cosas hacia la pared.  Alza sus rugidos al cielo, destroza todo en la habitación hasta convertirla en astillas y cristal roto. Entre furia, frustración y odio, vacía los armarios con violencia y arrasa con todos los recuerdos y platos que encuentra. El huracán no se detiene, la tormenta no pasa ni se debilita. Avanza causando más destrucción hasta llegar a su habitación, llena de espejos. Se observa un momento, el pelo pegado a la piel sudorosa, la expresión torcida de dolor y sueños aniquilados, dos lágrimas negras corriendo por sus mejillas desde sus ojos rojos. Sin dudar ni un momento, agarra lo primero que encuentra y los rompe todos uno a uno con un rugido de rabia.
Se queda sola y vacía en la habitación. Sus rodillas se doblan débiles, queda ella de rodilas en medio del caos y las cenizas. Sus manos tiemblan, llenas de sangre y astillas. Se acurruca en el suelo, llora en silencio.

- Se está muriendo. -susurra el monje más serio.
- No... -replica dolorido y estremecido su compañero -No, se está curando. Mírala atentamente.
- Sólo veo un tornado que se apaga. Cuando termine, estará muerta como la mariposa.
- El tornado ni se apagará ni morirá, sólo se detendrá. Observa. Llora, desesperada y casi destruída, pero llora de forma distinta a como solía hacerlo. Porque ahora sabe por qué llora.
El monje mayor la mira con curiosidad desde arriba de las nubes.

Ella sigue llorando y sacudiendo sus hombros a cada sollozo. Se incorpora un poco y mira el espejo roto, tan roto como ella. Coje un trozo, afilado y mortal, y se ve reflejada. Se ve igual. Y entiende, ahora se entiende. Lo suelta, observa todos los trozos y llora muy callada y pequeñita.

- ¿Ves?- susurra en una sonrisa amarga el monje joven.
- No. -suelta su compañero.
- Ahora ha visto quién es de verdad, qué somos.
- Ilústrame.
El monje se giró a su amigo y le dijo sonriendo:
- Ha visto que estamos hechos de pedazos rotos.

La mariposa agitó las alas. Recuperó parte de su color. Y poco a poco, consiguió volar.

jueves, 7 de marzo de 2013

Estrella, instantánea y eterna estrella.

Tumbado sobre el césped, el viento soplando sobre las hojas y las copas de los árboles, el Príncipe observa el cielo nocturno. Infinito, eterno, mucho más real que cualquier otra cosa en aquel momento. La brisa de verano roza cada brizna de hierba y acaricia cada estrella y cada astro de la gran cúpula celeste. El Príncipe sonríe, ha estado allí arriba, se ha criado allí arriba nadando en el cosmos. Galaxias de fuego y diamante, miles de millones de luces incandescentes, polvo de estrella acariciando cada sonrisa, inconmensurables supernovas explotando en un segundo y llenando todo del bello caos, del arte que alcanza su punto álgido justo antes de desaparecer para siempre.

Una estrella fugaz cruza el cielo, instantánea, para volver a desaparecer y no ser vista nunca más. Quizás algún día recordemos haber visto esa estrella, quizás dentro de un tiempo, convertida ya en un recuerdo, vuelva a surgir de nuestra mente para intentar ser revivida durante unos instantes de nostalgia. Quizás no, y muera sin llegar a ser siquiera recuerdo.
 Puede que llegue el día en el que recordemos estos momentos que nos dedicábamos a dejar pasar sin preocuparnos, o que pasaban entre terribles pensamientos y malestares por quién recordará qué. Pero ahora, en este mismo instante, no son recuerdos. Ahora mismo los estamos viviendo, justo en este instante en el que estás leyendo estas palabras hay personas naciendo y muriendo, estrellas apagándose y galaxias originándose, besos y caricias quién sabe dónde, y no importa, porque lo verdaderamente importante es que ahora somos conscientes de que está ocurriendo. Aquí, allí, en todas partes, están originándose los que serán algún día los recuerdos que guardaremos en nuestro Baúl de los Recuerdos.
Pero qué importan los recuerdos, ya habrá tiempo para recordar, ya que ahora, en este instante, estamos vivos. Y ahora que sabemos que vivimos, es cuando podemos empezar a vivir.