miércoles, 19 de junio de 2013

Oculta es Libre.

Entra a la cálida y nublada habitación, llena de vapores calientes que empañaban los espejos de la pared. Un  humeante chorro de agua hirviendo la esperaba sobre la gran bañera circular de piedra negra que ocupaba el centro de la estancia.
Nada más entra, recibe el calor de las nubes de vapor como un dulce abrazo. Se quita los duros y magullados zapatos altos, deja escapar un trémolo suspiro de placer y dolor al tocar el caliente suelo de madera con los heridos y débiles pies descalzos. Se va quitando, muy despacio, casi en un ritual, las demás vestiduras. Las placas de metal de la armadura tintinean en el suelo con un sonido mate cuando ella las arroja. El pelo, enmarañado y lleno de trozos de barro y sangre seca, se le pega a la espalda y el torso, dibujando sus curvas desnudas. Poco a poco va caminando en silencio y con cuidado hacia el espejo, donde se contempla con lástima y curiosidad: Su piel se ve rojiza y brillante a causa de las graves quemaduras, costras de sangre que no es solo suya caen al suelo cuando ella las raspa con las ennegrecidas y rotas uñas. Varios arañazos, algunos muy profundos y de color oscuro, surcan su torso. Se gira, y tras apartarse la melena contempla ve con cierto espanto una horrible y anchísima cicatriz que atraviesa toda su espalda. Se arranca, ahogando un gemido, un trozo de metal de unos centímetros que tenía encajado a un lado de la cintura, que cae al suelo y resuena por la estancia.
Camina casi inconscientemente hacia el agua, que la hace cerrar los ojos y soltar un gemido de placer. Sumergida entre vapores y agua caliente, oculta, se siente a salvo, y por primera vez en la noche se siente realmente a gusto. El agua duele, pero el dolor la hace sentir viva y libre. Casi pierde el sentido cuando termina de sumergir las quemaduras. Ya ha acabado todo, sólo quedan ella y la oscura habitación humeante.
Cierra los ojos, coge aire y se sumerge del todo. Allí, bajo el agua, sonríe por una vez. Una sonrisa que jamás nadie vio y que era sólo suya, la que se guardaba para ella cuando no la veía nadie.

Perdida entre las nubes de la estancia, es libre.

miércoles, 5 de junio de 2013

Entrada nº50 | Mi Novela

¡Hola de nuevo! Como ya dije por twitter, esta entrada es la nº50 y quería que fuera especial, o que, por lo menos, estuviera a la altura de la ocasión. Y además no me gustaría que por culpa de las prisas (ay, llevo un mes sin escribir en el blog) se fastidiara la entrada. En fin… ya sabéis que no suelo hablar mucho por aquí, para eso tengo el twitter, esto lo limito a textos. Pero esta vez lo merece.
                                   
Como todos sabréis ya, porque soy pesadito, tengo una novela en proceso. Apenas he hablado de ella, pero este es un buen momento. ¡Hablemos de mi novela!
Estará titulada Crónicas del Príncipe Alquimista, y firmada por mí como M. Lawliet. La novela se mueve alrededor del Príncipe, mi protagonista, de quien no desvelo nada para no quitarle la magia al asunto. El libro estará formado por tres partes, cada una de alrededor de 200 páginas, que narrarán tres aventuras distintas -pero inmediatamente juntas en el tiempo- vividas por el Príncipe.
¿De qué irán esas tres historias? Magia, estrellas y galaxias, amor y lazos, mundos lejanos y no tan lejanos, pesadillas y sueños… Todo está permitido. Os dejo la introducción de la primera parte del libro y primer viaje del Príncipe, que narra la historia de Miralda, una niña londinense del 1812 para la que los monstruos de debajo de la cama y las pesadillas son tan reales como la vida misma y la atormentan cada noche. Hasta que un día alguien se cruza en su vida, un extraño llamado “Príncipe” que le enseña a ver el mundo que ella creía real de una manera completamente distinta y especial. Es corto lo que os traigo, pero os lo traigo. Sin más, os dejo el texto.
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Introducción.

Vuelve a despertarse sudando y con la respiración agitada. La pequeña Miralda Bennett no puede dormir, los monstruos no la dejan tranquila. Tiene el pelo y el camisón blanco pegados a la piel perlada de sudor. Es casi de día cuando decide que ya no puede volver a conciliar el sueño y decide ponerse a leer hasta que pase la noche.
 Enciende una vela, coge su libro y continúa por donde lo dejó la última vez, en una página marcada por un señalador de papel satén. A Miralda le gustaba mucho leer, pero no era algo muy común entre las niñas que conocía. Ella tenía diez años, y vivía en una acogedora casa, a unas calles cerca del Támesis, en el Londres de 1812.

Todo iba bien allí, pero desde que tenía cuatro años no recordaba que los monstruos, las criaturas, la hubieran dejado en paz. Unos eran pequeños, correteaban cuando ella apagaba las luces, y otros eran grandes como su habitación entera. De esos sólo recordaba uno o dos.
Su padre siempre la había tratado mejor que nadie  con respecto a los monstruos y las pesadillas. Su madre había muerto cuando ella apenas era un bebé, pero nunca le faltó el cariño de su padre. Él siempre la había consolado en las noches de pesadillas, pero para él solo eran pesadillas. A ella le gustaba, porque cuando su padre venía, los monstruos desaparecían. Aunque era injusto, porque nadie iba a creer algo que sólo ella viese. Por eso nunca hablaba de esas criaturas, sólo a su padre. Miralda había llegado a pensar que estaba loca, pero las criaturas le habían dejado pistas muchas veces. Se comían cosas, arañaban muebles, algunos incluso tocaban canciones golpeteando las paredes. Eran horribles. Cuando se sentía débil e intentaba auto convencerse de que se estaba volviendo loca, iba a la puerta de su cuarto y acariciaba el pomo dorado, lleno de arañazos. Arañazos que las criaturas dejaban al escapaban por la puerta.

Por eso, decidió que quería pedir ayuda.
 Fue un día mientras pedía a los cielos por un milagro, cuando recibió una visita inesperada que lo cambiaría todo.