¡Hola de
nuevo! Como ya dije por twitter, esta entrada es la nº50 y quería que fuera
especial, o que, por lo menos, estuviera a la altura de la ocasión. Y además no me gustaría que por culpa de las prisas (ay, llevo un mes sin escribir
en el blog) se fastidiara la entrada. En fin… ya sabéis que no suelo hablar
mucho por aquí, para eso tengo el twitter, esto lo limito a textos. Pero esta
vez lo merece.
Como todos
sabréis ya, porque soy pesadito, tengo una novela en proceso. Apenas he hablado
de ella, pero este es un buen momento. ¡Hablemos de mi novela!
Estará
titulada Crónicas del Príncipe Alquimista, y firmada por mí como M. Lawliet. La
novela se mueve alrededor del Príncipe, mi protagonista, de quien no desvelo
nada para no quitarle la magia al asunto. El libro estará formado por tres partes,
cada una de alrededor de 200 páginas, que narrarán tres aventuras distintas
-pero inmediatamente juntas en el tiempo- vividas por el Príncipe.
¿De qué irán
esas tres historias? Magia, estrellas y galaxias, amor y lazos, mundos lejanos
y no tan lejanos, pesadillas y sueños… Todo está permitido. Os dejo la
introducción de la primera parte del libro y primer viaje del Príncipe, que narra la historia de Miralda,
una niña londinense del 1812 para la que los monstruos de debajo de la cama y
las pesadillas son tan reales como la vida misma y la atormentan cada noche.
Hasta que un día alguien se cruza en su vida, un extraño llamado “Príncipe” que
le enseña a ver el mundo que ella creía real de una manera completamente
distinta y especial. Es corto lo que os traigo, pero os lo traigo. Sin más, os dejo el texto.
…………………………….-.-.-.-------
Introducción.
Vuelve a
despertarse sudando y con la respiración agitada. La pequeña Miralda Bennett no
puede dormir, los monstruos no la dejan tranquila. Tiene el pelo y el camisón
blanco pegados a la piel perlada de sudor. Es casi de día cuando decide que ya
no puede volver a conciliar el sueño y decide ponerse a leer hasta que pase la
noche.
Enciende una vela, coge su libro y continúa
por donde lo dejó la última vez, en una página marcada por un señalador de
papel satén. A Miralda le gustaba mucho leer, pero no era algo muy común entre
las niñas que conocía. Ella tenía diez años, y vivía en una acogedora casa, a
unas calles cerca del Támesis, en el Londres de 1812.
Todo iba
bien allí, pero desde que tenía cuatro años no recordaba que los monstruos, las
criaturas, la hubieran dejado en paz. Unos eran pequeños, correteaban cuando
ella apagaba las luces, y otros eran grandes como su habitación entera. De esos
sólo recordaba uno o dos.
Su padre
siempre la había tratado mejor que nadie
con respecto a los monstruos y las pesadillas. Su madre había muerto
cuando ella apenas era un bebé, pero nunca le faltó el cariño de su padre. Él
siempre la había consolado en las noches de pesadillas, pero para él solo eran
pesadillas. A ella le gustaba, porque cuando su padre venía, los monstruos desaparecían.
Aunque era injusto, porque nadie iba a creer algo que sólo ella viese. Por eso
nunca hablaba de esas criaturas, sólo a su padre. Miralda había llegado a
pensar que estaba loca, pero las criaturas le habían dejado pistas muchas
veces. Se comían cosas, arañaban muebles, algunos incluso tocaban canciones
golpeteando las paredes. Eran horribles. Cuando se sentía débil e intentaba
auto convencerse de que se estaba volviendo loca, iba a la puerta de su cuarto
y acariciaba el pomo dorado, lleno de arañazos. Arañazos que las criaturas
dejaban al escapaban por la puerta.
Por eso,
decidió que quería pedir ayuda.
Fue un día mientras pedía a los cielos por un
milagro, cuando recibió una visita inesperada que lo cambiaría todo.
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