domingo, 19 de enero de 2014

Este es mi hogar.

       Hola. Probablemente no sepas cómo vivo. Quizás no sepas lo que siento cuando hago esto, cuando me cuelgo del hilo que me sujeta ante el precipicio, cuando me pongo ante todo lo que me mata y es lo que me da la vida. Probablemente no sepas lo que te recorre cuando te dedicas al arte de subirte a la cuerda floja, a la locura de sujetarla con palabras y bailarla con emociones, a todo lo que nos mantiene al borde del único abismo que nos trae algo, y aún no sé bien el qué, por lo que colocarnos ante la máquina de escribir. Con seguridad no te he contado que cada vez que me subo a esa cuerda no sé lo que voy a hacer o cómo pienso sobrevivir a ella, ni que cuando encuentro la manera de empezar a caminar sobre ella todo sale solo, ni que cuando me bajo no sé cómo me he mantenido en pie. O que siempre que termino mi espectáculo y la miro desde detrás del escenario me inunda un profundo sentimiento de vacío, una sensación que me susurra que quizás me caiga la próxima vez que intente balancearme sobre mis propias palabras y sean ellas las que me fallen a mí. O yo a ellas, que también. Quizás pocos entiendan que cuando he recogido esa cuerda floja hay algo que me dice que no voy a poder volver a hacerlo. A subirme y permanecer de pie.
      Pero un día, sin saber cómo, me acerco a ella y vuelvo a hacerlo. Me balanceo con los ojos fijos en el precipicio y, de alguna forma, lo logro una vez más. Y luego, vuelvo a no saber cómo lo he hecho. Y una vez más, al bajarme de ella, me siento vacío. Porque no tengo nada en la recámara, porque ahí estaba todo lo que tenía. Porque esos vacíos son los que nos mantienen vivos a los que andamos sobre un abismo infinito.
       
       Si sabes de lo que hablo, quizás también te hayas preguntado de dónde salen las palabras que mantienen la cuerda en su sitio. La eterna pregunta: ¿De dónde nacen las ideas y las palabras? 

       Para algunos nacen del amor, o de la ausencia de este, o de la nostalgia. Hay quien asegura que muchas nacen del dolor, la angustia, el miedo. Otras nacen de la soledad. De la melancolía. De mirar hacia dentro de nosotros mismos y describir lo que vemos. Algunos dicen que nacen en la tranquilidad, en la calma. Muchos piensan que nacen de ciertos momentos, de cosas que duran un instante y luego se marchan. Esas son las más difíciles de perseguir, porque no avisan. Da igual lo que hagas, dónde estés, qué esté pasando, pero en cualquier momento una idea podría estrellarse contra tu sien, o contra tu pecho, y habrá desaparecido en unos segundos a no ser que la agarres con fuerza. Algunos pensamos que hay ideas, las más únicas, que nacen de relacionar cosas que nunca habíamos comparado antes y encontrar lo que las une; como dos cables que cuando chocan sueltan miles de chispas. Quizás una idea sea eso, una chispa. Y somos nosotros los que elegimos dejarla marchar, o simplemente observarla y formar parte de ella o... retenerla entre los dedos mientras podemos, sumergirla en combustible y dejar que arda. Hacerla materia, dejar que brille. 
       Una idea, un sentimiento cobrando forma, o simplemente la inspiración, es todo esto a la vez y mucho más. Miles de ellas nos rodean, en todas partes, en todos los momentos. Sólo hay que abrir los ojos, dejarse llevar un poco más de lo permitido y tener algo de fe, y quizás, sólo quizás... 

la chispa aparezca. Y brille tanto que no puedas creerlo.



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