martes, 7 de febrero de 2012

Carta desde París

Lena, te escribo desde la felicidad más absoluta. Me gustaría contarte todo lo que he visto, aun a sabiendas de que es imposible expresarlo en una carta. Paris me tiene preso, querida mía, y no quiere soltarme. Conocer la belleza más grande implica el sacrificio de la cordura, y yo peco de haber perdido la razón. Estoy enamorado de París. No pienses mal, Lena, yo te quiero, pero ahora te miro a través de un cristal que te embellece aun más si cabe. París es un hermoso ventanal desde el que mirar a tu amada, haciéndola bella, mostrándote la perfección de la persona amada. París te enseña a amar de verdad.


Las mañanas aquí son hermosas, bucólicas y nostálgicas. La gente sonríe y habla, los señores leen el periódico y algunos compran pan, hecho con las manos artesanas del amor al oficio.  Las tardes son tranquilas, relajadas, tanto, que te hacen pensar con una sonrisa si de verdad no estará pasando algo ahí fuera; como si las tardes en la ciudad fueran el ojo de un huracán, tranquilo pero rodeado de tempestad. Qué bello es el atardecer en esta ciudad, ojala pudieras verlo. El sol se esconde y la calle cobra un tono anaranjado que encandila a cualquiera.
  La noche parisina… que decir de ella. ¿Por donde empezar? Solo conseguiría balbucear frases inconexas sin sentido alguno. Quizás no llegues a entenderme. Solo un loco podría entender a otro.

Por la noche, el aliento sabio de un acordeón baña todas las calles y las casas. El suelo empedrado se estremece, y  la música llena todo, avanzando, como una melaza insaciable que endulza el aire y amarga las penas del amor sufrido. Pinceladas de Van Gogh pintan el cielo estrellado en este sueño etéreo e irreal, demasiado hermoso para ser cierto. Mis dedos recorren las letras del teclado, incansables y rápidos para no dejar pasar ni un solo pensamiento. Pienso más que escribo, por eso intento plasmarlo para poder contarte la ciudad con mis fríos dedos, pero es inútil cuanto escriba mientras tú no estés aquí para verlo, amiga mía, hermana, compañera. Ah, Lena, si estuvieras aquí a mi lado disfrutando de esta magia... Ojala pudieras ver las maravillas de este paraíso innegable, que hace rebozar mis sentidos.

Las luces de las farolas se reflejan en las aguas quietas del río, magnificas, enamorando cada poro de la piel, sugiriendo la pasión rota y desgarradora del amor no correspondido, de una ciudad de amor, que tantos besos y lágrimas derrama por cuantos viven en ella. Paris fue pintado con una paleta llena de colores vivos y luminosos,  y construida con cuidado y esmero, como un palacio de cristal en medio del desierto, la ciudad de la luz y el amor en medio de un mar gris cuyo fondo no alcanza la vista. Moriría de pasión hablando de esta ciudad, amada mía

Cuando se es capaz de ver París en un grano de arena, y la eternidad en una hora, la ciudad surge, reconstruida sobre si misma, vuelta a nacer como el ave fénix. Cuando agarras la lupa y observas el grano de arena, la ciudad nace del grano. Tan simple como una idea. Tan genial como la mejor de las ideas. Del grano nace la piedra, y de esta la columna, el castillo, el suelo, cada piedra que cubre las aceras, y cada farola que ilumina el paseo. Cada instrumento y melodía que suena cada tarde. Cada artista que contempla el paisaje desde los abismos de lo genial y lo loco.

Este lugar nació de un sentimiento. Pienso en todo esto mientras camino por las calles empedradas y húmedas, mientras mis preocupaciones se evaporan en el vaho que exhalo al respirar y que se condensa con el frío de la noche. Se oye un violín de fondo, a ritmo de vals. Las notas de un piano, agudas, al final del teclado, cantan con el violín. La música me acompaña, y baila conmigo este vals igual que dos enamorados.


Ah, cuanto amor y cuanta luz... Paris me tiene preso, querida mía, y no quiere soltarme.

Tuyo siempre, desde París con dulzura y pasión.

1 comentario:

  1. Tu mejor entrada... enhorabuena :) ¡sigue así! me ha gustado mucho jejej ya te dije que te comentaría

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